Adios Petri, agur maitia

Jonan Basterra
11 min readMay 1, 2021

Ayer 30 de abril, Petri se fue. A las 10:10 de la mañana dejó de respirar en una cama de la Residencia Virgen del Camino (Hospital de Navarra). Llevaba ingresada casi un mes, y no fue posible que pudiera quedarse más entre nosotros. Petri era mi tía. Hermana de mi madre, siempre vivió con nosotros y era una más de mi familia. Una de las personas a las que más he querido en mi vida, y a la que debo mucho. Hoy me ha resultado curioso pensar que “maitia”, mi amor en euskera, suene tan parecido a “mi tía” ¡Te voy a echar muchísimo de menos Petruchi! (así la llamaba mi tía Manoli, y nos gustó tanto que habitualmente la llamábamos así).

Escribo esto porque necesito compartir con todo el mundo algo de su historia, que me sirva de consuelo, y que os ayude a comprender porqué la queríamos tanto. Hace apenas unas horas que se fue y me cuesta hablar de ella en pasado.

Petri debió de ser una niña preciosa, rubia, y con unos ojos verdes grisáceos increíbles. Mi abuela Aurora, a la que no llegué a conocer, se encandiló de ella, la acogió en su casa y desde entonces pasó a ser una más de la familia. Petri se convirtió en la hermanita que mis abuelos no pudieron darle a mi madre, y creció y vivió en aquellos años de la guerra y la posguerra.

Era muy activa e inteligente. Aprendió costura, contabilidad,mecanografía… Recuerdo cuando mi hermana y yo éramos adolescentes y compramos una máquina de escribir para casa. Nosotros mirábamos la Olivetti fascinados, y le preguntamos a mi tía si sabía usarla. “Creo que me acuerdo” dijo Petri. Puso un folio y la máquina sonaba como una metralleta, y en unos segundos escribió un párrafo.

Trabajó como secretaria de un gerifalte del Gobierno en Navarra, y después se fue como telefonista a “los Madriles”, como ella decía, a sacar la plaza de Vigilanta en una incipiente Telefónica. Sí, mi tía fue chica del cable. Por cierto, le puse la serie con mucha ilusión, y me dijo que estaba todo bien, pero que las chicas de la ficción “eran un poco frescas”. Llegó a ser Jefa de Tráfico de la Telefónica en Pamplona.

Cuando mis padres se casaron, mi abuela y mi tía se fueron a vivir con ellos. Así que cuando mi hermana y yo llegamos allí estaba mi tía Petri. En mi casa siempre fuimos cinco. No tuvimos abuelos, mis padres se casaron “mayores”, con unos cuarenta años. Pero tuvimos a Petri que ejercía de tata, de segunda madre, de hermana mayor… Mi tía aportaba su sueldo a casa, mi padre también, y mi madre se encargaba de cuidarnos y de las cosas de la casa. El modelo de familia de cinco me parecía muy genial cuando era pequeño, y gracias a él fuimos una familia muy feliz y unida. Así aprendí que el concepto de familia puede ser diferente a los modelos más tradicionales.

Lo pasábamos muy bien. Recuerdo los veranos de vacaciones en aquel “flamante” Seat 850 amarillo. Mi tía se sacó el carnet y se lo compró, conducía muy bien, y era el “piloto oficial” de la familia. Mi padre también tenía carnet e iba de copiloto, y mi hermana y yo con mi madre, atrás. Un verano fuimos a Laredo. En el recorrido desde Pamplona, se pasaba por un paso a nivel en Colindres, muy cerca ya del destino. Era un paso a nivel con barrera, con muchas vías de tren y había que pasar despacito. Un año encontramos el paso cerrado, y esperando en la cola el Seat se calentó y hubo que llamar a un mecánico y llegamos tardísimo. Al año siguiente, al llegar a Colindres y recordando el incidente nos encontramos el paso a nivel abierto. “Arrea” gritó mi padre, pidiéndole a mi tía que acelerara para aprovechar la oportunidad. Y mi tía lo hizo, literalmente. El 850 iba dando botes saltando las vías, mi hermana y yo volábamos en el asiento de atrás dando con la cabeza en el techo, y la mitad de Colindres nos miraba pensando “¡Dónde van esos locos!”. Seguimos riendo hasta Laredo, y toda la vida recordándolo. Luego mi tía se compró un Renault 7 que acabé heredando yo y con el que bajaba a la universidad.

Mi tía también fue un apoyo económico importante para nuestra familia. Gracias a ella pudimos tener un nivel de vida mejor, ir de vacaciones y mi hermana y yo pudimos ir a la universidad. Pero hizo mucho más. Cuando yo tenía apenas cuatro años, y nos habíamos ido a la casa del barrio de San Juan mi padre tuvo una enfermedad grave. En el hospital público no supieron encontrar la causa (eran otros tiempos) y lo mandaron a casa sin solución. Mi tía removió Roma con Santiago para que mi padre fuera a la Clínica Universitaria, donde encontraron el problema y, tras dos operaciones, volvió a casa en perfecto estado.

Mi tía me enseñó muchas cosas. Cuando hablamos de enseñanzas, tendemos a pensar en momentos en que una persona mayor o más sabia te sienta y te explica algo. Sin embargo, las grandes masterclass de la vida son el día a día, las cosas que aprendes sin darte cuenta. Mi tía me enseñó que te puede gustar la tónica, la fruta verde, o el solomillo muy hecho (esto último a ella se lo perdonaba). Me enseñó que una mujer podía mandar y dirigir, ser independiente, que soltera y no solterona. Señorita prolongada que decía ella. En definitiva, que todos somos iguales, y todos diferentes, únicos.

De joven era una auténtica belleza, y aún de jubilada había un ricachón que le tiraba los tejos, pero nunca se separó de nosotros.

Seguramente gracias a Petri decidí estudiar Periodismo. Mi tía siempre leía al menos un periódico al día, de cabo a rabo, compraba revistas… Escuchaba la radio por la noche, mientras leía o hacía algo de costura o tejía un jersey, después de volver del trabajo y cenar. Zapeaba de una emisora a otra, en búsqueda de programas, con aquellos transistores de rueditas. Y cuando había un suceso importante, eso que luego aprendí que se llaman breaking news, buscaba diferentes fuentes. Ponía la tele a ver si decían algo, mientras saltaba de cadena en cadena de radio buscando la noticia. Otra cosa que hacía siempre muy bien mi tía era citar las fuentes, a veces de las noticias, y otras veces incluso de las expresiones que utilizaba.

Mi tía usaba expresiones muy divertidas, muchas de ellas de las telefonistas con las que trabajaba, y de diversas procedencias y usos. Mi tía llamaba “antiparras” a las gafas, “churrazo” a un golpe muy fuerte, utilizaba palabras como sinsorgo, decía “cabronua” en lugar de cabrón y usaba expresiones como “señorito del pan pringao”. Una vez me contó que en los tiempos de la dictadura y de las chicas del cable decían “Don Claudio” para referirse a “El claudillo” (Franco). Otra de estas palabras en clave me produjo una pequeña confusión durante muchos años. Cuando había disturbios en aquellos años de la Transición Española, con enfrentamientos con la policía (los popularmente conocidos como “Los Grises”) mi tía decía “¡hay folclore!”. Y yo decía lo mismo.. hasta que un día entendí el significado de la palabra y el doble sentido.

Mi tía era una disfrutona. Una laminera que se dice en Pamplona. Le encantaba cenar “un bocadillín de chistorra”, los torreznos, los frutos secos, los helados, el chocolate e ir a comer fuera de casa. Íbamos muchos fines de semana “a comer porai” (otra expresión que no entendí a la primera). Recuerdo tardes en que decía “¿nos vamos a merendar cuajada a la Ulzama?”, y todos riendo al coche y allí nos plantábamos. En las célebres Ventas de la Ulzama estaban terminando de dar las comidas, y cuando le decíamos que veníamos a merendar les hacía tanta gracia que nos ponían una mesa sin problemas. También era muy habitual que para celebrar su cumpleaños mi tía comprara angulas, aprovechando que no estaban tan caras. Mi madre las cocinaba en cazuelitas individuales, y comíamos “como los elegantes”. Pequeños caprichos. Le encantaba el café y en casa siempre había una cafetera humeante italiana al fuego y un termo, aunque lo fue dejando poco a poco. Fue fumadora hasta los ochenta y muchos, aunque no tragaba el humo y lo dejó porque se lo pedí insistentemente, a pesar de que yo seguía fumando. Ella lo dejó y luego lo hice yo como le había prometido.

Petri era una mujer con un carácter fuerte, pero con un corazón enorme. De risa y sonrisa fácil, me encantaba hacerla reír y ver como se carcajeaba convulsionándose y subiendo los hombros. Mis sobrinos la adoraban y ella los quería mucho. Mis sobris le llamaban Tata. “Pero… ¡cuánto has crecido?” les decía ella, recordándoles lo chiquiticos que habían sido.

Mi tía fue un apoyo muy importante tras la repentina muerte de madre y la posterior enfermedad y muerte de mi padre. Nos ayudó mucho e incluso notamos que envejeció un poco más rápido el último año que el cáncer iba haciendo mella en la salud de mi padre. Menos de un año después de que mi padre se fuera, mi tía bajó los brazos. No es que se rindiera, si no que llegó el Alzheimer. En el caso de mi tía lo notamos enseguida porque era una persona muy activa.

El Alzheimer es una enfermedad terrible, que avanza lenta e implacablemente. En el caso de mi tía le afectó sobre todo en la movilidad y en la capacidad para comer, teniendo muchas dificultades para tragar, entre otras cosas. Siempre nos reconocía y entendía lo que le decíamos, pero pronto pasó a ser dependiente y con el tiempo también dejó de hablar. Pero seguía teniendo la mente lúcida y nos hacía reír con sus comentarios y ocurrencias. Recuerdo una noche viendo la tele con ella cuando casi ya no hablaba. En el telediario dijeron “última hora: Diego Simeone ha dado positivo en un test PCR…”. Mi tía se volvió hacia mí y me dice “¿Ha dado positivo por drogas?”. Me reí mucho y se lo expliqué. Mi hermana y yo la visitábamos cada quince días (vivíamos a 400 km de distancia), pero hablábamos con ella por teléfono o videoconferencia a diario. Las conversaciones se volvieron muy repetitivas porque apenas respondía monosílabos, pero a veces añadía un “¿vas a venir?” que nos daba esperanza. Con el tiempo dejamos de llamarla, porque ya apenas hablaba. Cada vez que iba a visitarla me costaba mucho despedirme. “Tía, me voy” y ella me respondía con un “¿a dónde vas?” o “¿a Madrid?”. Yo siempre le decía “pero vuelvo muy pronto a verte”. Ella asentía, pero ya no decía nada, aunque me daba un beso cuando le acercaba la cara.

La etapa de la COVID fue muy complicada. Con el confinamiento y el miedo a contagiarla estuvimos tres meses sin venir a verla. Fui a visitarla el fin de semana que se decretó el primer estado de alarma, y al volver a Madrid me contagié. Los primeros días estuve aterrorizado, porque aunque estaba claro por las fechas que había sido posterior, me atormentaba haberla podido contagiar. Durante mi estancia hospitalaria por el coronavirus, no la llamé. La versión oficial que se le ocurrió a mi hermana fue que estaba afónico y le mandaba muchos besos de mi parte. Llamarla fue una de las primeras cosas que hice cuando salí de IFEMA. Mi hermana pasó con ella todo el verano junto con mis sobrinos, y yo estuve también varias semanas, siempre teniendo el máximo cuidado.Conseguimos papeles para poderla visitar y cuidar con regularidad.

Un fin de semana del septiembre pasado que me tocaba cuidarla a mí para que las internas descansaran tuvo un ligero atragantamiento en la cena. Al día siguiente notaba algo raro en su respiración y llamé al médico por miedo a una broncoaspiración. Fuimos al hospital y tras las correspondientes pruebas y análisis nos mandaron a casa con hospitalización domiciliaria: tenía un suero puesto, y venían a verla todos los días. Como hubo duda si ingresarla o no y por protocolo le hicieron un PCR, aunque mi tía no salía de casa. Al día siguiente, ya en casa, recibo la llamada de la médico que me dijo “voy ahora a visitaros, pero tengo que darte una mala noticia. No me lo creo, pero tu tía ha dado positivo por COVID”. Me asusté mucho. El fantasma que habíamos conseguido alejar se había colado en casa. Una de las internas o alguien que entró en casa sin nuestra autorización le contagió. La única opción viable era que yo me quedara con ella en casa viendo su evolución y cuidándola. Mi única duda era por si mi tía pudiera necesitar oxígeno o incluso un respirador… Así se lo dije a la médico cuando vino a casa, que me respondió tajante “no hay nada que vayas a necesitar que no te podamos traer”. Confiando en mis anticuerpos y con la ayuda de hospitalización domiciliaria fuimos pasando los días viendo y confirmando que mi tía era asintomática. De hecho le repitieron la PCR en casa. Tras el incómodo momento del palito en la nariz mi tía me agarró de la mano, me miró a los ojos y me dijo “¡no te vayas!”. Obviamente no me fui y pasamos un mes encerrados, donde lloré un poco, y nos reímos mucho. Mi hermana fue una enorme ayuda al otro lado de la puerta.

Otra de las cosas que le debo a mi tía es el nombre con el que todos me conocéis. Mi nombre real es Juan Ángel, pero los nombres compuestos… nadie acertaba, o me llamaban sólo con uno de ellos… Desde pequeño, cuando mi tía me quería regañar, me sonreía y me decía “¡Jon Aingeru!” que sería mi nombre en euskera, aunque ella no lo hablaba. Ya adolecente mis amigos empezaron a llamarme Jonathan, y de este y Jon Aingeru salió Jonan. Mi tía siempre me llamaba Juan Ángel, Jon Aingeru, Jon Aingerú (si la regañina era más grande) o Auroro (por el nombre de mi abuela y el de mi hermana).

En los últimos meses el tema de las comidas se complicó mucho. Algunos días no abría la boca y le costaba mucho tragar. Está relacionado con el alzheimer, y se llama disfagia, y podríamos decir que se le olvidó cómo comer. El pasado 3 de abril se me atragantó en la cena. Esta vez fue severo y tuve que llamar a una ambulancia mientras trataba de ayudarla. Ingresó en el hospital y la estabilizaron. Allí hemos estado 27 días constantemente con ella. Al tercer día el médico nos dijo que tenía un fallo renal irreversible y que se iba a morir. Sin embargo mi tía remontó, pero luego vinieron otros problemas, muchos, demasiados para una persona de 92 años que lo dio todo. En el hospital también tuvimos algunos días buenos, como uno en que no paraba de hablar y nos hizo reír mucho. Hace apenas una semana comió muy bien durante todo el día y tuvimos un rayo de esperanza. Mi tía se iba, y la tuvimos que dejar irse, aunque egoístamente pudiéramos pensar que igual podíamos seguir luchando… pero eso era hacerla sufrir mucho e innecesariamente. Se fue en un instante, despacito, un viernes 30 de abril a las 10:10 de la mañana, quizás para que sus queridísimos sobrinos nietos pudieran venir a su funeral. Y a las 10:10, binario, “palo, cero, palo” que diría mi amigo Iván Benitez. Diez sobre diez. Esta semana falleció David Beriáin, uno de los mejores periodistas que he conocido nunca. David llamó a su productora 93 Metros, porque era la distancia que su abuela recorría desde su casa hasta el banco de la Iglesia donde iba a diario. Tengo que hacer algo grande con ese 10:10. Y tenía que contaros su historia

Mi tía fue mi tata, mi confidente, mi amiga, … mi amor. Maitia. Hace unos días vi una entrevista de Stephen Colbert a Keanu Reeves. Colbert le preguntó “¿Qué crees que pasa cuando morimos?”. Reeves resopla y contesta “Sé que los que nos quieren nos echarán de menos”. La vamos a echar mucho de menos. Ojalá pudiera volverla a ver algún día. ¡Hasta luego Petruchi! Agur maitia!

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